LA RUTA DEL CARES (PARTE 2)
- loscheapfooters
- 1 dic 2013
- 3 Min. de lectura
Lo primero que oyes sobre la Senda del Cares (“la Garganta Divina” ya te va poniendo sobre aviso) siempre es algo como “te vas a quedar sin palabras”. Y es cierto. Cuando empezamos a caminar desde Caín el entorno idílico entre corrientes de agua, peñascos, un color verde que lo inunda todo, la nieve en las cumbres… sencillamente da la impresión de que nos dirigimos hacia una pared de piedra, que no hay ningún camino que seguir a través de esas fauces de roca. Una vez que nos asomamos a la presa de Caín y vemos por dónde van los primeros metros del camino podemos hacernos una ligera idea de cómo es la senda que tenemos delante: paredes verticales de roca en las que el sendero se abre paso por túneles, terrazas y cornisas de vértigo. Quizá la primera mitad del recorrido, más angosta y escarpada, resulte más espectacular, con esa sensación en el estómago de ir ascendiendo mientras el río se aleja cada vez más. Pero es imposible decir que una u otra parte de la ruta es más bella, porque conforme la garganta se abre y ganamos perspectiva, con recodos más amplios y pendientes más variadas, se nos muestra con más claridad la habilidad de los constructores de este camino para adaptarse a un terreno que no está hecho para el ser humano.
La grava, los adoquines toscos o la tierra compactada hacen que no resulte difícil caminar por la ruta, salvo tal vez en su último tercio, aunque, como éste es más amplio y llano, no supone un gran problema.
Los curiosos no podremos evitar ir buscando por dónde asoman los respiraderos y aliviaderos del canal, que nos va acompañando durante todo el camino, ya sea al aire libre, camuflado entre las rocas o atravesando el corazón de la montaña.
Cuando las paredes empiezan a abrirse un poco nos topamos sin necesidad de buscar con pequeños rebaños de cabras pastando tranquilamente en laderas imposibles, que nos miran con la misma curiosidad que nosotros a ellas, pero seguro que más que acostumbradas al trajín de humanos que pasan por sus terrenos.
Las canales se van abriendo a ambos lados de la garganta, recorridas por torrentes que alimentan la vegetación que crece donde puede.
Ya en la segunda mitad del recorrido nos sobrevuelan con calma buitres que bajan desde las altísimas cumbres en busca de alimento. Como si fuera un aviso, nos damos cuenta de que nos hemos entretenido demasiado, ensimismados con las vistas. Aún nos quedan 5 km hasta Poncebos.

Yendo desde Caín, y si además ya vas con prisa para que no te caiga la noche, corres el riesgo de perderte el monumental arco natural de El Juracao, que se cierne sobre el camino como un regalo de parte de los miles de años de erosión que ha sufrido la garganta.
Pasando las ruinas de viejos caseríos encaramos el último tramo con el ascenso a Los Collaos. La Luna, al fondo de la garganta, ya está alta, llena y perfecta en una noche despejada que nos alcanza por momentos.

Las laderas amplias y altas sobre el río que se oye muy muy abajo se vuelven a cerrar mientras llegamos al último tramo de la ruta, ya linterna en mano. La senda del Cares en invierno, desierta, al atardecer y con luna llena. No se puede pedir más.
Tres horas después de salir de Caín nos recoge en Poncebos el popietario de “El Portal del Abuelo”, donde pasaremos la noche, y nos sube hasta el pueblo de Camarmeña, encaramado en la ladera de roca frente a la Canal del Texu (el camino natural al pueblo de Bulnes).
Las vistas, alumbradas por la Luna, son espectaculares. La casa invita a relajarse y cenar compartiendo las fotos y, más aún, los recuerdos que la garganta divina ha dejado grabados en nuestra memoria.

Al día siguiente, tras un merecido descanso, encararemos el regreso. Más temprano, eso sí. No es recomendable que os alcance la noche en ningún punto de la ruta, ya que puede ser peligroso, incluso en su tramo final hacia Poncebos, por la irregularidad del camino (a pesar de que en este tramo las laderas son menos escarpadas).
Para concluir este pequeño relato, por si no es en sí suficiente incentivo, animamos desde nuestra experiencia a recorrer esta senda a cualquiera, pues no puede haber nadie a quien le deje indiferente.
Con el tiempo y la climatología a favor es un camino para disfrutar de la majestuosidad de los Picos de Europa, de la habilidad de sus gentes para adaptarse al entorno y, en fin, de cada paso que demos por un paisaje digno de un relato épico.

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